La promesa renacentista de hacernos personas se replegó en ser individuos, los individuos degeneraron en sujetos, sujetos de todo, sujetos a todos los objetos.
Frente al maquinismo, al coloso construido por el hombre enajenado de él, no hay distancia de reverencia ni cercanía de intimidad: no hay relación, solo función. Las actividades humanas, lejos de personalizar e integrar, tipifican y disuelven, masifican y estandarizan. Ser diferente se torna ser culpable.
El hombre ya no comprende. Ocasionalmente trata de reflexionar sobre su existencia, buscar el significado y el valor de la vida, su vida. De tanto en tanto, y sólo de tanto en tanto, reflexionamos. Pero también sabemos la otra verdad, la verdad que prevalece, tememos pensar, tememos desengañarnos de las verdades con que nos mentimos.
Cuando el hombre piensa, cuando ocasionalmente lo hace, comienza a abstraer, a sacar conclusiones, a barajar silogismos... Más que pensar, aunque use palabras, calcula, computa, programa. También su reflexión esta resquebrajada, esta entrojada en el cuadriculado de la razón, enajenada de su intelecto, alienada de su corazón. En todas sus ideas parece campear el mismo prejuicio, la misma limitación: su reduccionismo, su querer explicar todo por la parte, lo más por lo menos, la verdad por su verdad.

El discípulo
Tu lenguaje, Señor, es muy sencillo, mas no así el de los discípulos que hablan en
tu nombre.
Yo comprendo la voz de tus olas y el silencio de tus árboles. Comprendo la escritura
de tus estrellas con que nos explicas el cielo.
Comprendo la líquida redacción de tus ríos y el idioma soñador del humo en donde se
evaporan los sueños de los hombres.
Yo entiendo, Señor, tu mundo, que la luz nos describe cada día con su tenue voz.
Y beso en la luz la orilla de tu manto.
El viento pasa enumerando tus flores y tus piedras. Y yo, de rodillas, te toco en la
piedra y en la flor. A veces pego mi oído al corazón de la noche para oír el eco de tu corazón.
Tu lenguaje es muy sencillo, mas no así el de los discípulos que hablan en tu nombre.
Pero yo te comprendo, Señor.